Constitución Política del Perú es un libro de poesía. ¿Constitución Política del Perú es un libro de poesía? ¿Qué es una constitución? ¿Qué es poesía? El reciente libro de Santiago Vera reescribe la Constitución Política del Perú de 1993 o, más precisamente, la reconstituye usando su lenguaje de acuerdo con parámetros creativos para inscribirla de forma inquietante en el terreno de la poesía. No se trata de una inserción armoniosa de un texto en un concepto transparente, sino dentro de un espectro poético donde la poesía cuestiona sus propios límites. La palabra poética atraviesa el espacio de la legislación para poner en tela de juicio el decir del espacio público, su precisión y su practicidad. Es decir, el libro se pregunta en qué medida un corpus de lenguaje puede ser inteligible y justo para el colectivo peruano, e incluso si tal colectivo es posible de nombrar.
La pregunta sobre la constitución y sus leyes surge en el ámbito de la poesía, donde las palabras no se deben a mandatos de etiqueta, señalización o norma. Donde las palabras se comportan con rebeldía respecto a lo que el sentido común dice que deberían hacer: comunicar, emocionar o transmitir belleza: “No es un caso / de cosas para efectos de la Información // no gratificada en el Error existe / como una esfera / inmóvil // para observar lo que no enseña el Derecho” (67). Por tanto, el libro usa un lenguaje, cuyo cuestionamiento roza el absurdo, porque aborda lo reglamentado (la constitución política) con vocablos que no obedecen a reglas rígidas más allá de sus contadas restricciones de composición: “Salvo el «tiempo», que entra y sale de los poemas libremente, todas las demás palabras que integran cada poema fueron tomadas o derivadas de las palabras que figuran en el capítulo de la Constitución al que el título del poema refiere” (115). Como apunta Diego Otero, Vera remueve la “letra muerta o letra fosilizada por el dogma ideológico” y la convierte en “letra viva” en el registro poético.
El método de escritura de Vera nos recuerda las bondades de la reescritura como un acto de dislocación del aparente lugar natural de los discursos. Específicamente, nos recuerda la vocación transdisciplinar de la poesía, pues como revela en una entrevista con Juan Carlos Fangacio, dialoga con: “‘Fuentes del derecho’, del poeta y abogado chileno Martin Gubbins; ‘Cons ti tu ción’ (así, con las sílabas separadas) del español Marcos Canteli; y el libro ‘Sociedades americanas’ (1828) del venezolano Simón Rodríguez”. El objetivo de Vera es claro: “mi interés por la Constitución como documento pasa por pensarla como un espacio de interpretaciones en conflicto” (Fangacio). El movimiento hacia esta meta es arriesgado, porque se debe desmenuzar un lenguaje considerado sólido. Mientras el poeta se aproxima más a su texto base (Constitución Política del Perú de 1993) desde la poesía, siembra en él más escepticismo. Su método aclara que la poesía en cuestión se acerca a lo que según Jean-Luc Nancy aclara que no es el género literario en sí mismo, sino el límite de la literatura, de la escritura, donde nada es escrito, sino que está viniendo a su presencia (ix). Este libro alumbra ese devenir. Se sitúa en el límite de la escritura y logra eficazmente el cometido de su autor: mostrar el proceso hacia la constitución de la ley con sus contradicciones y caminos truncos.
Reubicar un documento legal en el terreno de lo literario afirma una tradición en el contexto peruano. Por un lado, Constitución Política del Perú puede emparentarse con el poema “Considerando en frío imparcialmente” de César Vallejo en el que la contingencia vital del individuo se contrasta con su existencia codificada: “Considerando sus documentos generales / y mirando con lentes aquel certificado /que prueba que nació muy pequeñito” (Poemas humanos). Por otro lado, explícitamente establece su vínculo con Constitución Política Poema Satírico de Felipe Pardo y Aliaga, quien se pesa, no sin ironía, del desbalance entre la verdad y el lenguaje usado en la constitución. Según Pardo y Aliaga, era importante destacar la alienación implícita en una composición legislativa que se inspirara en documentos extranjeros y no en la naturaleza misma del Perú y su gente (99). En el epígrafe de su autoría que usa Vera se lee:
Para descubrir la verdadera constitución del paciente, el médico tiene que empezar por despojarle de la ropa: esto es lo que he hecho yo al proponerme examinar la Constitución del Perú; y mi examen produce un resultado, que si es raro e incomprensible en el mundo del buen sentido, es obvio y natural, y fruta indígena en el suelo de los Incas, en donde todo sucede al revés de lo que en el resto del universo: este resultado es que la constitución-poema es la verdad, y las constituciones-códigos son la fábula” (Vera 3)
En este pasaje, Pardo y Aliaga afirma que precisa del lenguaje poético para validar la autenticidad con la que diagnosticará al país. Vera toma estas afirmaciones como punto de partida para llevar la crítica a la noción de constitución un paso más allá: hacia el cuestionamiento de que un país tan diverso se acoja con justicia a la inflexibilidad de normas hechas a la medida de una homogenización forzada: “Y el Castellano le presta su jurisdicción al / Quechua y el Aymara en comunicación” (31) y también en:
del Mar, a la Publicidad del Rojo en su dominio,
a la Publicidad del Blanco, y en su jurisdicción
al Quechua y el Aymara
a cargo de la Lengua ese Poder
Peruano es asimismo
una opción (32)
Constitución Política del Perú (2021) es un texto asentado sobre otro, con su misma piel en otras formas. Una especie de Picasso en donde se puede ubicar uno que otro gesto, pero donde los rostros se resisten a la presentación completa. Mi instinto lector me conduce a la decodificación del sentido, la gramática, las coordinaciones de la sintaxis, la voz y su postura, pero en este libro no hay lugar para la coherencia o uniformidad. Vera disemina el lugar de enunciación, así como la intención de su texto para hacer eco de las pretensiones de “la voz oficial de la nación” con el fin de explorar de qué está hecha esa voz anónima que se arroga el derecho de hablar por todos (Fangacio).
Este Texto que no dispone de las tropas
de los Acusados por no emitir opinión
alguna para dicha de los Policías y
el levantamiento
de nuestro Secreto Bancario (52)
El significado del libro reside en lo que el libro rechaza. Constitución Política del Perú niega tres lugares comunes de la escritura: originalidad, belleza y mensaje. En tanto producto de una apropiación, el texto toma distancia de un carácter único. El autor, como origen de un texto inédito, desaparece; pues lo precede la Constitución (1993), que sirve como material de trabajo, y es continuado por el lector, que participa activamente en la creación de sentido.
Si la palabra fuera espacio, la lectura sería el tiempo donde transcurre. De acuerdo con el libro hay una duración oculta y otra evidente. La primera sería la duración que no se quiere reconocer, es decir, la caducidad o expiración de las leyes cobijadas en la institucionalidad del derecho y que muchas veces no se sincroniza con las necesidades reales de las personas. La segunda sería una duración expuesta que se regocija en apariciones concretas:
Durar en secreto es
propio de las Instituciones
Pero durar gozoso
en la Materia
Popular disciplinadamente
sí es) causal de Ascenso (69)
La duración está emparentada con el tópico del tiempo en el libro que, según la nota final de autor, es la única palabra que entra espontáneamente en el texto. No se puede determinar si “tiempo” significa lo mismo en cada una de sus apariciones, pero encapsula un deseo de carácter, una aspiración de definición que se trunca y que, a veces, nombra la experiencia republicana del Perú: “El Tiempo/ de la República trata de los seres humanos/ incomunicados sin dilación por la Violencia // Si la Violencia incurre en responsabilidad / el tiempo no es de la República” (15). Al “Tiempo de la República” le sigue el Tiempo Artístico, que para no pecar de herejía se le degrada a “Plazo”: “El Tiempo de la República no tiene derecho a las Excepciones / salvo / contravenga el transitar de un Territorio organizado / dentro del Plazo Artístico” (16). El libro puede leerse como la tensa batalla entre el tiempo republicano y el tiempo artístico.
Por otro lado, el libro niega la belleza, porque no persigue la creación de armonía o musicalidad. No obstante, ejecuta una exploración sonora anclada en la materialidad del lenguaje; es decir, en lo que hacen las palabras de la Constitución del Perú de 1993 cuando caen en el campo abierto de la página.
Por último, el libro no afirma un mensaje. Aunque algunos pasajes parezcan sentencias claras, como: “Si las personas no tienen Bienes / La moneda garantiza la protección de la Prensa” (37); “El Estado garantiza que sufrir / al servicio de la Información es Fácil” (38). Es difícil adjudicarle al libro una posición determinada de esperanza, rebeldía o negación total. Por tanto, se trata de un texto inquisitivo, anclado en el descreimiento de verdades últimas y fundamentales, sean poéticas o políticas. El libro elabora una parodia de la legalidad en lo que respecta a su carácter poco accesible e impersonal y remarca la incoherencia de su aparente imparcialidad cuasi numérica:
Pero se cuenta en Los
Periódicos que el Número
se ha elevado a autógrafo del Tiempo
y en calidad de cuento el Número se ensancha
rige
en cada Zona del País celebran
su Vigencia (44)
El libro resalta las dificultades que abrazan los colectivos cuando buscan constituirse como nación y buscan determinar qué es el bien común. Con ese fin imagina al colectivo volviendo a su prehistoria, al momento en que se organizan como un “nosotros”: “Todos / duran parcialmente // lo que dura un orden en / Actividad de Inicio” (88).
Si tuviera que caracterizar el libro en una frase, diría que Constitución Política del Perú de Santiago Vera niega el decir, pero no la dicción. He ahí su lado más punzante, porque sin idealizar la palabra y a pesar de los excesos e injusticias detrás de su instrumentalización aún cree en la fuerza de su materialidad. En la crítica de “la constitución” al desfigurarla y reensamblarla, Vera desenmascara el decir autorizado de “la constitución” y muestra la dicción constituyente; es decir: expone el movimiento de los fragmentos de la norma que habilita una lectura entre líneas: “La Materia es un plan que se crea sin centro” (90). El libro no niega la constitución del lenguaje (decir), sino que lo lleva a su momento previo a su fijeza. Reafirma la dicción al descolocar la materia conocida del código y generar efectos de incertidumbre de sentido: “El lugar ‘Analfabeto’ es un centro / maximiza la Materia al límite” (21). Así, el libro despliega la potencia de desmembrar el lenguaje normativo para pensar, escribir y leer un país y sus plurales. El libro demuestra que es una tarea posible, pero habiendo atravesando el centenario de la República y en consideración de las condiciones actuales del Perú, también reconocemos que es una tarea urgente.