El volumen El zorro y la luna de José Antonio Mazzotti, galardonado con el Premio Internacional de Poesía “José Lezama Lima” 2018 otorgado por Casa de las Américas, compila un trabajo de treinta y cinco años dedicados a la poesía, un quehacer que en palabras del propio Mazzotti es un oficio que no se elige, sino que se padece (9). En 1981 el poeta Washington Delgado escribe en torno a la joven poesía de Mazzotti: “La poesía de José Antonio Mazzotti discurre por cauces geométricos, pero no se cierra en sí misma sino que abre ante los ojos del lector perspectivas inéditas, alucinantes o turbadoras” (19). De esta forma se enfatizan los efectos de una poesía que desde temprano se mostró como un lúcido discurrir sostenido en la atenta observación del acontecer diario: “Estas palabras no pueden salir del silencio./ Nacen del ruido de un motor conspirando/ bajo mis manos y a punto de quemarse” (41, Fierro curvo -Órbita poética). El poeta se sitúa en un peligro perceptual. Lo que ve y toca en la realidad promete herirlo en su fuego indeterminado, pero el poeta persiste en su acercamiento. El lenguaje conspira con quien escribe y constituye un aparato singular, un motor cuya transmisión inquietante alimenta el verso que no sale de la nada, sino de la saturación de los sentidos.
Como si el mundo no pudiera llegar sino en abundancia, la realidad llega en una cascada ruidosa. El silencio es entonces para Mazzotti solamente una pausa, un telón de fondo o acaso una membrana que media entre el mundo y el poema. Las palabras se cobijan detrás de los objetos y su silencio, como un envés que aguarda en algarabía. Esa dinámica permite imaginar que las palabras se camuflan en la punta de la lengua para afirmar discretamente su presencia:
Detrás del amor, las palabras oscuras,
y detrás del silencio, las palabras oscuras,
y detrás de tu cuerpo, las mismas palabras
oscuras como los días, tercas como los besos
disparados sin remordimientos, las palabras
que bajan, ríen, corren como lobos en celo (34)
Entonces van los vocablos por el campo de la realidad como animales en la flor de sus pasiones y con esa fuerza elaboran un constructo dinámico, una arquitectura que viaja cual Castillo en popa, título del conjunto publicado en 1988 donde encontramos el poema “Pampas de Nazca”:
He caminado los desiertos, he pisado
los terrones disecados por el sol, su panza abierta, y sólo he visto
el anuncio de mi valle, atravesado
por canales que son ríos, por ríos que son recuerdos, por ciudades
brillosas bajo el fuego transparente
del Sol y de la Luna. (72)
Se observa que el poema dispone de estímulos perceptuales que obligan al sujeto poético a detenerse en el rostro del paisaje. Se trata de un intercambio en el que la naturaleza opera sobre los sentidos y sobre la percepción poética. De modo que esta última la interpreta y la hace suya. En ese diálogo el paisaje se impregna de memoria y se convierte en terreno poético. Desde esa perspectiva no vemos las tan famosas líneas de Nazca desde una mirada turística, sino desde un ángulo poético fascinado con las resonancias de lo que puede significar realizar inscripciones sobre la tierra.
Hemos llegado al fin, mi bello acompañante, hemos medido
la pampa rojiza donde el cielo desciende, donde todos
podemos conocer el inicio del tiempo y de la muerte.
Un enorme guerrero se transforma en araña, un mono flaco
enrolla su cola una vez en el año. La tierra se ha enjoyado
y el templo no posee una sola pared. Basta mirar las estrellas para adivinar
el orden y el desorden de este reino… (73)
La huella humana sobre el territorio evoca el poder transformador del signo, y sobre todo esa extraña capacidad de convertirse en una superficie para ser leída. La lectura está siempre acompañada de cierta magia por su capacidad de añadir presencia. Así, el poeta ve en las hendiduras del terreno la proyección del tiempo y la muerte. Ve, además, historia, personajes que se desarrollan y se deslumbra en el carácter cósmico que impregna la escritura. En ese sentido, la poesía de Mazzotti indaga consciente y reflexivamente en la huella histórica presente en la geografía. Más aún, la imagen poética de la inscripción en el terreno imprime una valoración del movimiento. El paisaje que nos ofrece Mazzotti a lo largo de sus poemas no es estático, dado que la naturaleza del panorama peruano no citadino se entremezcla con imágenes urbanas tanto del Perú como del extranjero. Por tanto, la trashumancia caracteriza su escritura. En el poema “El estanque” se coloca un epígrafe de Luis Cernuda: “Y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo/ De ninguna: deambular, vacuo y nulo” (82). Esa tierra enajenante pero que permite la errancia puede ser la poesía misma. Ella es el cauce por el que se atraviesan los territorios reflexivamente:
No todo se perdió allá lejos, algo queda.
Ser de aquí es no ser de ningún sitio
porque aquí el estanque será vientre de río
y no charco después de la tormenta.
(Quién sabe todo esto sea parte del paisaje.
Pero es bello dibujar
el reflejo de la luna sobre el agua). (84, Castillo en popa)
El vientre de río anuncia la fecundidad en donde la luna deja su reflejo. Se trata de las aguas de la poesía donde el astro deja una imagen en tránsito. Esa misma connotación puede adoptarse para interpretar el poema “El zorro y la luna”, que da título al volumen y que se encuentra en el Libro de las auroras boreales (1994). En este poema se retoma una narración oral andina que recuerda la historia de un Zorro quien enamorado de la luna sube, se une a ella e imprime una huella indeleble en su corteza: “Bastarán para arder su papel fino/ los besos que le marque con su cuerpo/ un zorro eternamente ensangrentado” (135). La violencia del encuentro del Zorro y su amada, la luna se da en términos de la unión del papel y la grafía. Así, se construye una bella metáfora sobre el detenimiento momentáneo de los signos en la escritura y cómo se apacigua provisionalmente las conmociones del lenguaje en la página.
Más adelante, se medita una vez más sobre la detención de los símbolos en Declinaciones latinas (1995-1999). La noción de declinación da cuenta de una instancia gramatical en la que se define una función específica del lenguaje. La poesía de Mazzotti, sin embargo, bordea esa fijación de funciones. Así puede observarse en “Himnos nacionales”, donde el símbolo del himno nacional, solemne y monolítico es desenmascarado.
Este espacio que habito se llama Perú […]
Va hasta donde va mi pensamiento, como una llave Rosa
que abre las arcas herrumbradas, pero que nos hunde
en una Torre de Babel volteada
a la manera del flan de las abuelas.
Y se le ha cortado la leche,
se le ha endurecido el azúcar. (154, 155)
El suelo nacional una vez asociado con el hogar y alimentos primarios como la leche y el azúcar se resignifica y pasa a asociarse con un bocado amargo, donde reina la violencia. Asimismo, se le atribuye el caos en el cual se evoca la figura mítica del Minotauro de Creta que aguarda a sus víctimas jóvenes:
Por eso ya no lustramos el voto solemne, ya que no hay
Eterno. Desde el fondo del Laberinto se escucha el bramar
de las ametralladoras, suspirando como vigilante
del Círculo de los Violentos. (158)
La sed de sangre del Minotauro saciada regularmente con víctimas jóvenes hace eco de la violencia sufrida en el Perú durante la guerra interna (1980-2000), y de forma más general puede aludir a las muertes conocidas y anónimas que nutren la delimitación de una nación, como guerras que definen fronteras y los procesos sociales por los que las colectividades se invisibilizan o se anulan con el fin de hallar un rostro nacional homogéneo:
Cuántos jóvenes sacrificados, yo los recuerdo.
Todavía están dejando su Y sobre la playa
hasta que salta la ola y la disuelve sobre la arena
mezclándola con viejos maderos y con cáscaras
de extrañas piedras pómez y langostas (154)
La comprensión de lo nacional como un ejercicio de “declinación” por la cual existe una mutilación del lenguaje para fijarlo y hacerle adquirir un significado unidireccional es una interpretación cercana a los recortes por los que la idea de nación ha beneficiado históricamente a grupos hegemónicos. En esa clave los siguientes versos cuestionan la noción de lo nacional en el Perú vinculada a la proscripción del legado andino: “Entonces es que chillan los nevados, las quinientas flores de papa/ que nunca comemos. Por allí, por donde se mutilan/ los cerros, en los valles que se deshilachan/ como un tejido apestoso…Montañas del Perú, desiertos verticales/ de donde bajan los fantasmas” (160).
En estos términos, la poesía de Mazzotti camina no sólo una textura geográfica, sino también una historia factual y emocional. Además, despliega una fascinación por el decir telúrico asociado a una herencia andina, como se evidencia en el poema “Mama kuyay”, presente en Apu Kalypso (Palabras de la bruma) del 2015:
Nuestras lenguas se disuelven en la reventazón
De cada sílaba que el mundo acomoda a su gusto
Naciendo en el sonido primero cruzando el espacio
En ondas concéntricas entre uno y los otros
Porque sólo Poesía puede saltar esos abismos
Infinitos donde muere a cada instante un alma (304)
En el título “Mama kuyay”, cuyo significado es amor de madre, resuena inevitablemente el título “Warma kuyay”, cuento de José María Arguedas, una de las influencias centrales de la tradición peruana en Mazzotti al lado de César Vallejo. Sin embargo, la vena andina se superpone con la alusión grecolatina de Calipso en el título del poemario, con el cual se alude a la ninfa que mantuvo prisionero a Odiseo. La superposición de tradiciones modela una aproximación a la figura femenina, cuya presencia instiga a la poesía a hacerse presente. Esta es una muestra de las operaciones de escritura por las cuales Mazzotti pone diestramente en diálogo distintas tradiciones, con lo cual potencializa la fuerza expresiva de su verso. Sin lugar a dudas estamos ante el cauce de una poesía versátil y perceptiva cuyas múltiples facetas quedan aún por explorar.
José Antonio Mazzotti
Reconocido poeta de la Generación del ochenta, ha publicado los poemarios Fierro curvo (órbita poética), Castillo en popa (libro finalista en el Premio Casa de las Américas de La Habana en 1988), El libro de las auroras boreales (1995), Señora de la noche (México, 1998), Sakra Boccata (México, 2006; Lima, 2007), El Zorro y la Luna. Antología Poética 1981-2016 (Axiara Editions y la Academia Norteamericana de la Lengua Española, 2016), entre otros. Su poesía ha aparecido en numerosas antologías peruanas y extranjeras. Hizo una Maestría en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Pittsburgh y se doctoró en la Universidad de Princeton. Actualmente es “King Felipe VI of Spain Professor of Spanish Culture and Civilization” y catedrático de literatura latinoamericana en la Universidad de Tufts (Boston, Estados Unidos).