Month: March 2023

Poesía y anticipación: Notas sobre Esa sal en la lengua para decir manglar de Silvina López Medin

El libro de poesía Esa sal en la lengua para decir manglar (2014) de Silvina López Medin, traducido al inglés como The Salt on the Tongue to Say Mangrove (2021) por Jasmine V. Bailey, es desde su título una sugerente invitación a un paladeo sensorial que prepara el ejercicio de la palabra. Se señala el grano de sal con el que se toma la organización del sintagma, el enmarañamiento sonoro, imaginativo y pictórico. A las múltiples voces del libro, un acto común les subyace: la anticipación de un crispado encuentro con el lenguaje que le exige al yo poético un entrenamiento previo: “Había memorizado/ las formas de encajar/ el cuerpo en las palabras […] incrustar cada tanto el nombre propio” (16). Decir deja de ser un acto sencillo y se enfrenta a lo múltiplemente arraigado, que es acuático y aéreo, que se entreteje en la naturaleza y se disemina más allá de los alcances de la lengua.

Llegar al lenguaje, ir del ruido a su más allá en la experiencia compartida del sonido, se recoge en el libro de López Medin como un recordatorio de que el yo no domina la arena donde opera su palabra: “quise pisar la tormenta/ los pies desnudos en el pasto/ el cuerpo a la espera de agua ajena” (18). A diferencia del yo discursivo que se arroga el dominio sobre los signos e hila a voluntad, el yo poético pone el cuerpo en guardia para el encuentro con el lenguaje y la violencia de esa convergencia. Lo que se dice aparece, entonces, como deshechar posibilidades de otros modos de ser de las cosas:

toda esa sal en la lengua

para decir manglar

quizás haya que podar la palabra hasta su origen

de árbol torcido

tal vez cruja (36)

El nombrar no es inofensivo. Se sabe un encuentro de fuerzas. Como nos diría la física, se manifiestan velocidad y resistencias. La tensión obedece a que se evidencia la artificialidad del decir. Aunque no haya mayor reparo en todas las bocas que anuncian, concluyen, persuaden en este mismo instante alrededor del globo. De la boca al manglar hay sal; a saber, existe en el uso del lenguaje un acto preparatorio que incluye el ensayo y error. El libro propone una analogía con la autocorrección en la pintura, pero no cualquier rectificación, sino la que se puede rastrear, porque se ha dejado evidencia del cambio. Por eso, una sección del libro titula “Pentimento”. Con la invocación de las modificaciones que se hacen visibles en una pintura, el libro recuerda que lo que queda en el poema emerge de un proceso de pérdida y persistencia:

Lo que no encaja

lo que suena a

hoja rasgada

y esos resquicios de luz

son bordes salvados

con cinta scotch… (50)

La poeta acerca al lector a su taller. Al espacio en el que escasea la iluminación, porque lo que emerge en la página no es sino fruto de la fricción con el lenguaje. Es de decir, el poema emerge de la consciente interacción con la palabra que no se deja y que hasta cobra estatus de ser animado:

¿esto es una letra?

dudo de esas patas

de insecto que aún se agita,

el impulso es rematar. (54)

La etapa preparatoria de “la sal en la lengua para decir” reconoce la escritura como un ejercicio; es decir, como una práctica que requiere continuidad para que quien habla siga reconociendo una tensión cuerpo a cuerpo con el lenguaje: “Antes, con el mínimo crujido de una rama/ esa mujer hubiera construido una escena de regreso// ahora una rama que se quiebra/ es una rama que se quiebra/ pura repetición” (74). La intención creativa cobra espesor y su ausencia es perceptible; precisamente, porque ha experimentado la intensidad de su quehacer, conoce un comportamiento que ha desautomatizado su acercamiento al lenguaje y lo añora: “Copio el gesto del pintor que inclina el cuerpo / cada vez más […] él mismo/ a punto de caer dentro del cuadro” (76). La fantasía de ser absorbida por el poema, como el pintor cuyo cuadro podría tragarlo articula el lugar que tiene la creación para la experiencia. La realidad no aparece mágicamente en el poema, sino que la invocación de fuerzas del nombrar y el cuerpo de la poeta ponen el poema en la realidad. De ahí el guiño sobre la referencialidad al final del libro constituye un punto final elocuente: “¿Lo que escribís te pasó?// Deformar el lago/ volverlo laguna/ cosa olvidada/ vacío” (90). La escritura se revela aquí como un más allá de la experiencia, situada en el campo de la práctica de la escritura, sin confesiones de por medio. El significado de atravesar una experiencia con la poesía adquiere densidad. No se trata del suceso que se reporta; a saber, el que algo le haya pasado al yo, sino de que después de lo vivido y después de la poesía: “…uno/ aguanta la respiración, para decir luego: ahí estuve” (90). En ese sentido, la sal en la lengua para decir se vuelve un procedimiento de preparación para habitar más intensamente las circunstancias vitales con el lenguaje y a su pesar. Se abre, así, un paisaje en el que el que la boca toda se hace manglar.